
Insistir en nuestras disculpas con nuestro cliente afectado y que, debido a nuestra reconocida seriedad por muchos años de servicio, se aceptaron semanas después. El retorno a casa se tornó deprimente y ni siquiera pudimos salvar la noche en una Peña Criolla que, siendo viernes, había sido suspendida. Estábamos de mal humor y en el transcurso del viaje lo comentaba con mi movilidad, quien fuera Don Enrique Robles, un gran profesional. Daba la medianoche e ingresábamos a la Urbanización Tungasuca en Carabayllo. Justo al girar una esquina, sorpresívamente advertimos la presencia de una dama apoyada en una motocicleta.

Quizá mi voz, en medio de esa soledad y silencio, dejó atónito al miserable que, confundido, al verme con mi vestidura de artista y muy elegante, trató de mentirme diciendo que eran detectives en busca de asaltantes que les habían robado su automóvil. Aprovechando esa circunstancia y al divisar a una cuadra a un grupo de evangélicos que salían de su sesión, volví a la carga con un palabreo que ahora no recuerdo pero que, en síntesis, era mi agradecimiento por la presencia de tan "gratos policías". La mujer de la moto, advirtió al asaltante confuso y le hizo notar su falla. Traté de ignorarla y seguí con mi verborrea de locutor.

Al lunes siguiente, las noticias daban cuenta de una banda de asaltantes capturada en el cono norte. Eran los mismos de este relato. Dos semanas después, coincidencia o no, en el mismo lugar de dicho atraco, Enrique era vuelto a asaltar y asesinado con ráfagas de metralleta y con su hijo menor herido de gravedad. Verlo en las portadas de los diarios me causó horror y enorme pena. Me preguntaría después ¿Qué pudo habernos salvado?. ¡Fue mi Angel de la Guarda otra vez?. Debo agradecerle a Dios su protección y que me permite hasta ahora, seguir con mis actuaciones en las noches de Lima. Esta ha sido una historia de la vida real. Gracias.
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